Ayer Domingo por la tarde, en la frenetica carrera de las duchas de los niños, previos a la cena y para acabar el fin de semana, un descuido de mi hijo, me hizo perder enormemente la paciencia. En ese mismo momento, menos mal, reaccioné y vi lo desmedido de mi castigo. Le pedí perdón. Me miró y con un par de palmaditas en la cabeza me dijo en tono conciliador: "te perdono papi". Los papeles, se cambiaron. Intuyo, que el se sintió como "un mayor". Yo me sentí como un niño pequeño.
Seria genial pararnos a pensar todo lo que nos enseñan nuestros hijos. Cada vez que me enseñan algo como lo de ayer, es como un buen bofeton reconfortante.
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